martes, 5 de noviembre de 2013

Cualidades educativas de la música en Platón (Autor: Prof. José Luis Adames Karam)


En un pequeño pasaje de su libro La República, por sí mismo deliciosamente estético y gratamente aleccionador, Platón deja expuestas para la posteridad tres cualidades de la música por las cuales la considera un instrumento de potencialidades altamente educativas: medio ideal para el logro de la anhelada condición de humanidad plena. Es, sin embargo, un pasaje relativamente oscuro y polémico, por lo que quisiera, dentro del espacio que me brinda esta pequeña reseña, exponerlo con osadía interpretativa y defensa razonada.
En principio se trata de un potencial educativo que resulta realmente eficiente si aquel instrumento es aplicado a los niños desde su más tierna edad. En efecto, según nuestro connotado autor la música ha de ser parte “principal de la educación” porque:
“… el número y la armonía, al insinuarse desde muy temprano en el alma, se apoderan de ella y hacen penetrar en su fondo, en pos de sí, a la gracia y a lo hermoso… y un joven educado como es debido en la música discernirá con toda precisión lo que haya de imperfecto y defectuoso en las obras de la naturaleza y del arte y recibirá de ello una impresión justa y enojosa... y con eso se formará para la virtud... y eso desde su más tierna edad, antes de ser iluminado por las luces de la razón, apenas llegue la cual se abrazará con ella en virtud de la secreta relación que habrá establecido la música entre la razón y él.” (La República, 401d-402a)
Entonces tenemos primeramente que la música embellece y da gracia al alma, y ello sin que el pequeño tenga aún uso pleno de sus facultades racionales. ¿Cómo es posible que la música logre ese efecto? La razón es “el número y la armonía”, ambas cualidades musicales. No podríamos entender estas palabras sin hacer explícito que en Platón (al menos en una de las tesis ensayadas a lo largo de su obra sobre las cualidades que hacen de la obra de la naturaleza o del hombre algo bello) el concepto de proporciones numéricas y armónicas es cualidad fundamental de lo bello: una circunferencia y un cuadrado son bellos por sus solas proporciones numéricas y geométricas, por sus trazos simétricos y armónicos. Los griegos esculpieron en mármol estatuas de hombres (y a veces de mujeres) de ideales proporciones que por su delicada armonía son aún dechados de alta belleza. Y el efecto que, según Platón, logra la armonía y el número en el alma es la gracia y lo hermoso. Es claro que lo logre si, por un lado, la música nos lleva por un recorrido de emociones, de vivencias anímico-afectivas diversas y ajustadas a planes variados de tensión y éxtasis, encierros y libertades, ajustadas a medida, según lo disponga el intérprete y creador. Y si nos resulta sensato pensar que el alma de un niño es como una sutil esponja que sin temores ni cortapisas absorbe lo que ante él se presenta, en el sentido de “actitud mimética”, entonces es claro, por otro lado, que el juego de vaivenes de emociones y perspectivas vivenciales han de
flexibilizar al alma y ponerla en movimiento, con soltura y a la vez ajustada a medidas, en una palabra, con gracia.
Pero en un segundo momento este entronque de lo bello en nuestro ser se trueca en criterios de evaluación y actitudes para la acción más allá del ámbito estético-musical. En el plano físico-corporal la salud era considerada por los griegos un estado de equilibrio, de “justas” proporciones de los humores acuosos del cuerpo. En un sentido ético, medida, número, armonía insinúan criterios de justicia. Ya para ellos la justicia era un cierto equilibrio y armonía. Paltón mismo la concibe, en cuanto al Estado se refiere, como una situación de colaboración armoniosa de las distintitas labores del organismo estatal. Pero también hay justicia en cada uno de nosotros cuando logramos armonizar nuestras fuerzas anímicas (deseos e iras) y las trocamos en virtudes (valentía, templanza, prudencia). En este sentido podríamos decir que un alma bella es un alma “justa”, que ha logrado armonizar con gracia su ser. Y hemos de esperar que por ello mismo un alma que proceda según ese espíritu actuará dignamente, sentirá desprecio por lo injusto (des-armonioso), y afectos de aprobación por lo correcto; en definitiva, su disposición a la acción y a la evaluación de las obras morales humanas y de la naturaleza se hará bellamente.
Y si, finalmente, la música ha logrado mientras tanto en nosotros disposición abierta y flexible y una justa actitud evaluativa, tenemos todos los ingredientes para pensar que este arte de las musas, de los sonidos, el ritmo y la armonía, ha creado las condiciones para que hagamos uso de la razón. No usa la razón, sólo la “utiliza”, la usufructúa y golpea, quien no es capaz de situarse en planos y perspectivas universales; como dirá Hegel, quien no logra un ascenso a la generalidad, a mantenerse abierto hacia lo otro, hacia puntos de vistas distintos. El ascenso a la verdad requiere de mucha flexibilidad, de un juego de asunción de roles y recorridos cognitivos y afectivos que sólo un alma dotada de gracia, que ha superado la pereza y ha aprendido a divertirse con el movimiento, con los cambios de perspectivas, y que está en su deseo lo “justo”, lo medido óptimamente, que lo óptimo no es desproporcionado sino lo justo superlativo, sólo un espíritu así puede en realidad de verdad, usar la razón y acceder a lo más exquisito y humanizador de la humanidad: la verdad y lo bello.
Claro que, para Platón, estos efectos no se logran con cualquier tipo de música. Nuestro místico y sensato autor había restringido la participación de los artistas en su República, y habrían de quedar plenamente controlados por el Estado. Quizás erró Platón en esto, pero su alabo a la música a través de sus virtudes, y que nos dejó expuestas magníficamente, es suficiente para que lo aceptemos como senador vitalicio en nuestra República.

Autor: José Luis Adames Karam